Diatriba contra Santa Fe

Diatriba contra Santa Fe  Jesús Silva-Herzog Márquez /  (21-diciembre-2015).-

Santa Fe es una ciudad que nace para darle la espalda a la ciudad. La fantasía de sus colonizadores fue independizarse de los horrores de la ciudad, sin dejar de disfrutar sus privilegios. Houston con chofer y cocinera. Es la utopía de una élite que aspira a liberarse de toda carga sin renunciar a sus ventajas. Una luna con servicio. Edificios enormes y feos que permiten ver a lo lejos y bajo el hombro el pasado. Santa Fe lleva al asfalto, al adoquín y al concreto el ideario del dogmatismo privatizador de nuestros tiempos. Es la brutal supremacía de lo privado. El temor al Estado que se transforma aquí en odio a cualquier pista de lo público. Una ciudad que se construye para burlarse de la ciudad. Un barrio empresarial que logra cancelar cualquier experiencia de lo común, de lo gratuito. Por eso se decretó desde su fundación que las banquetas son innecesarias. ¿Para qué robarle espacio a los coches estrangulados por el tráfico? Los parques, se sabe bien, maltratan el pavimento. ¿Para qué ensuciar el chapopote con árboles que bloquean el hermoso paisaje de los anuncios? Hay, eso sí, un centro comercial tras el otro. Cada uno, remedo del anterior. La banalización del mall.

Tal era la confianza de los colonos en su ciudadela que se olvidaron de conectarla con la ciudad de la que huían. El genio de sus diseñadores fue tal que lograron comercializar los embotellamientos. Hoy se puede pagar para disfrutar de la experiencia de quedar atrapado durante horas en el atasco de un segundo piso. Vivir la emoción de no moverse bajo un túnel. La idea misma del transporte público resulta risible en ese proyecto. Transporte, ¿qué? Los colonos tal vez creían que quien aterrizara ahí no tendría razón para regresar al inframundo. Es cierto: a Santa Fe no se llega, se migra. Los colonizadores no quemaron las naves porque no llegaron del mar pero hicieron lo mismo para afirmar la irrevocabilidad de su exilio: obstaculizaron la travesía de tal manera que la han hecho insufrible. Lo que fue un basurero sigue siendo una estación remota a la que no le interesa dialogar con la ciudad. Quien nazca en uno de esos condominios diseñados como estaciones espaciales soviéticas puede morir ahí mismo sin necesidad de contaminarse del exterior. Hermoso proyecto de vida: nacer, comprar y morir en Santa Fe.

A nadie que haya padecido el infortunio de visitar Santa Fe extrañará la noticia de que sus colinas se desmoronan y con ellas parece venirse abajo el último espejismo de la modernidad. Los palacetes residenciales se han levantado sobre gigantescas montañas de arena. El portento ingenieril descansa, por decirlo amablemente, en una sospecha. ¿Quién habrá verificado técnicamente la seguridad de las edificaciones? ¿Cómo se habrán otorgado las licencias de construcción? ¿Quién habrá hecho las inspecciones debidas? Una mínima experiencia con el mundo de la regulación inmobiliaria en los últimos años conducía al espanto. Se levantó una ciudad en las orillas del Distrito Federal (ya siento nostalgia por el nombre) con la temeridad del funambulista. Así, en el país de los arreglos de alambritos, se levanta el sueño de nuestra modernidad… sobre una cuerda floja.

Santa Fe cuelga de alfileres y ya conocemos la calidad de nuestros alfileres. Hace unas semanas estuvimos cerca de contemplar una desgracia monumental: el desmoronamiento de la colina sobre la que se asientan un par de rascacielos. Violando reglamentos, una casa se instaló ahí mismo, rompiendo el precario equilibrio constructivo. Hubo que evacuar a los residentes y demoler la casa de la trampa. Se evitó, por el momento, una tragedia de proporciones inimaginables. La corrupción, que pudo haber traído muchos beneficios a la oligarquía mexicana, la pone también en riesgo mortal. El temor sobre la solidez del piso permanece. Hemos construido, literalmente, castillos de arena. Santa Fe es notable, quizá, porque representa la ilusión de modernidad de nuestras élites, el sueño de su triunfal apartamiento. Sin planeación, sin respeto por la ciudad de la que emerge, sin el mínimo sentido de convivencia más allá de la plaza comercial, con la corrupción que corroe todos nuestros vínculos, es un fracaso, más cívico que urbanístico.

¿Hay mejor ejemplo de los horrores de nuestra falsa modernidad que Santa Fe?.  Por supuesto: Interlomas.

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